APOLO: ¿De qué te ríes, oh Hermes?
HERMES: De un espectáculo muy gracioso que he visto, Apolo.
APOLO: Cuéntamelo, pues, para que me entere y me ría contigo.
HERMES: Afrodita ha sido sorprendida en el lecho con Ares, y Hefesto los ha cogido y apresado.
APOLO: ¿Cómo ha sido? Dímelo, pues creo que vas a contarme algo gracioso.
HERMES: Enterado de ello, me imagino, los estaba acechando hacía tiempo; había dispuesto en torno del lecho unos lazos invisibles y marchóse a la fragua a trabajar. Entonces, Ares entra sin ser visto a lo que él creía; pero Helios lo ve y se lo dice a Hefesto. Y cuando estaban en el lecho y, dentro ya de las redes, habían iniciado sus caricias, los lazos los envuelven y se presenta Hefesto. Pues bien: ella -que iba desnuda- no sabía como cubrirse, llena de vergüenza; Ares, en un principio intenta escapar y confiaba en poder romper las redes; pero, al final, comprendiendo que estaba retenido en una trampa de la que no podía huir, recurrió a las súplicas.
APOLO: ¿Y qué más ¿Los soltó Hefesto?
HERMES: Todavía no. Llamó a los dioses y les mostró el adulterio. Y los dos, desnudos como estaban y apresados, se ruborizaban. A mí, realmente, me ha parecido muy graciosos el espectáculo, y el haber visto, casi casi, lo que hacían.
APOLO: Y no se avergüenza ese herrero de exponer personalmente su deshonra?
HERMES: No, por Zeus, al contrario: de pie junto a ellos los hace objeto de sus burlas. Y, si he de decirte la verdad, yo mismo envidiaba a Ares no sólo por cometer adulterio con la más bella de las diosas, sino por estar preso con ella.
APOLO: Por lo visto ¿tú aceptarías verte encadenado a este precio?
Luciano de Samósata
Diálogos de los dioses - 17
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