- Por Dios, Edward, estas escribiendo otra vez, habiendo prometido no hacerlo.
- Deberías haber visto a la plebe. No se quedaron sentados como los reptiles de la corte, con los colmillos momentaneamente retraidos. Subieron al escenario, lucharon contra los franceses...
- ¡Basta! ¡Para de una vez! ¿Por qué te empeñas en escribir? ¿Por qué te empeñas en humillar a tu familia?
- Las voces, Anne. No puedo acallarlas. Vienen a mi. Cuando duermo, cuando despierto, cuando como, cuando recorro el salón. Las dulces añoranzas de una doncella, las crecientes ambiciones de un cortesano, los viles propósitos de un asesino, las míseras súplicas de sus víctimas. Sólo cuando plasmo sus palabras, sus voces, en el pergamino... se sienten liberadas. Sólo entonces mi mente queda en silencio, en paz. Enloquecería si no pusiera esas voces por escrito.
- ¿Estas poseido?
- Tal vez si.
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Me pregunto por qué sigo escribiendo?
Encuentro solaz
en ello?
Merece la pena?
Por encima de
todo ¿compensa?
Y si no, ¿hay
una razón?
Escribo
solamente
porque hay una
voz dentro de mi
que no se
aquietará
Sylvia Plath